Sutil dibujante, hondo escultor, fecundo maestro:
León Herman, un creador silencioso entre nosotros

99 silencios fue el título de su primer volumen de dibujos de humor, dibujos que con sencillez y hondura expresan la misma emoción inteligente que su autor supo desplegar en todos los ámbitos que calladamente anduvo su fecunda creatividad.

Nacido en 1930 en el porteño barrio de Boedo, León Herman sigue entre nosotros dando prueba de la originalidad de su genio, que encontró expresión en la docencia informal durante toda una época, en la escultura en los últimos veinte años, y en el dibujo humorístico siempre.

Era un adolescente cuando conformó por primera vez un centro de actividades creativas, Mamarrachos, reuniendo a los chiquitos de su barrio. Unos años más tarde, en 1964, creó para chicos en edad escolar Sentir y Pensar, un lugar basado en la libertad, la experimentación, la autogestión y la creatividad, en el espíritu de los maestros Janusz Korczak, Jesualdo y A. S. Neill, el de Summerhill. Esta experiencia, que se extendió hasta 1971, significó tanto para quienes la vivieron, que hace unas pocas semanas, treinta años más tarde, los chicos de entonces, hoy adultos pertenecientes a los más diversos niveles sociales y profesionales, decidieron reunirse para revivir y registrar los recuerdos de esa vivencia colectiva que marcó su adolescencia. Su primera tarea conjunta fue sorprender a León Herman, su maestro, acudiendo masivamente a su casa y recreando durante una noche, sentados en el piso, la conmovedora atmósfera de aquellos días inolvidables.

Entre 1972 y 1978, tras Sentir y Pensar, León Herman organizó y dirigió todavía un tercer centro de actividades creativas, el TEC, taller de experiencias cinematográficas con adolescentes, en el que jóvenes, en verdaderos sets de filmación, experimentaron el expresarse por medio de imágenes. Lo pensado, vivido y producido a lo largo de esas tres intensas y originales experiencias docentes, la de Mamarrachos, Sentir y Pensar y TEC esperan todavía un cronista que las documente.

 

El dibujante

El dibujo atrapó a Herman desde muy chico. A los 11 años se empleó para entintar los monos del dibujante judío de origen italiano Héctor L. Torino, su primer maestro, el autor de la tira cómica “El conventillo de Don Nicola” que aparecía en la revista Aquí Está.  A los 14 años León Herman ya comienza a colaborar con sus dibujos en diversas publicaciones. Lo hace en Cascabel, en Tía Vicenta, luego en el diario La Nación, y más adelante en España, México, Canadá o Australia. Su humor cándido, ácido de pronto, pinta con trazo irónico, sutil, algunas obsesiones de la gente, en dibujos de línea precisa, despojada. “El hombre está hambriento de silencio” es la frase de Gallimard que encabeza su libro de 1967, 99 silencios. Uno de esos silencios se titula “Dios” y muestra a un hombre arrodillado ante un mástil que enarbola un billete de dólar.
Su segundo volumen de dibujos humorísticos, fechado en 1969, está dedicado a la entonces nueva casta social, “Las ejecutivas”, y en una de sus páginas muestra a una de ellas, sonriente, paseando con sendas correas, a un chico y a un perro. Su tercer libro, de 1971, Contramano, dispara miradas burlonas sobre la raza de los adoradores de autos. En uno de sus dibujos se ve a un hombre tendido en una cama de hospital y a su lado un enfermero que le da a elegir entre dos frascos de suero, en uno se lee “super”, en el otro, “común”.

Los dibujos de humor de León Herman recuerdan a los del famoso dibujante americano Saul Steinberg; son, como los de éste, dibujos lineales, de un humor hondo y fresco, silencioso, elocuente.

 

El escultor

La obra escultórica de León Herman merece un capítulo aparte. Cuenta Herman que su padre era tornero de maderas, de modo que él nació y vivió en un taller durante sus veinte primeros años. Allí comenzó elaborando anillos de carozos de duraznos, gomeras con horquetas de ramas de paraíso y muñecos de madera para quemar en las fogatas de San Pedro y San Pablo. Ya adulto trabajó en una industria metalúrgica, sumando a su relación con la sensualidad de la madera, un intenso contacto con el hierro, el acero, el cobre, el bronce y el aluminio como materiales expresivos, pero recién en el curso de una larga estadía suya en Nueva York, entre 1979 y 1981, comenzó a darles forma escultórica. Su primer maestro fue allí un judío polaco, Michael Grosz, luego, en Buenos Aires, trabajó en el taller de Naum Knop.

Producto de madurez, las esculturas, murales y objetos creados por Herman a lo largo de estos últimos veinte años expresan intensidad, sensibilidad y emoción. “En mis trabajos comienzo realizando un boceto originado en una idea, en un recuerdo, en un sueño, etc., etc., pero voy sabiendo lo que quiero sobre la marcha”, dice.

Algunas de sus esculturas corrieron suertes singulares. Una de ellas, Euforrock, expuesta en 1995 en un Salón de Artes Plásticas de la Provincia de Santa Fe, fue elegida por el docente y los alumnos de la cátedra de Organización del Espacio de la terciaria Escuela de Diseño y Artes Visuales santafesina, para su análisis, despertando en los jóvenes reflexiones, polémicas e inquietudes. “La primera impresión  —dijo una alumna— fue impactante, casi espantosa. Luego del recorrido visual, que no ocurrió en una sola oportunidad, me fui acercando, comencé a encariñarme con ese bichito medio humano. Sus manos y piernas con mucho movimiento me recordaron a un bailarín”.

 “La primera impresión —comentó otra—  fue alegría, grito, velocidad. Luego surge una idea de lo grotesco y lo popular, como lo excluído; como diciendo: ‘Yo soy lo que soy, soy una mixtura, un sincretismo, pero existo’. Luego me aparece una idea de juego, juego de creación, de alzar el vuelo y girar, y reirse con dientes grandotes, y querer agarrar todo el cielo”.

Las esculturas de León Herman son a veces deudoras del dibujante, incluso del caricaturista. Esto se nota claramente en otra obra, también protagonista de una experiencia singular en 1997, en esa misma ciudad de Santa Fe. Hecha de madera policromada, muestra una figura humana alada, cubierta por una sucesión de máscaras. Titulada con ironía Hombre, esta escultura fue rechazada por el jurado del Salón Anual del Museo de Bellas Artes santafesino. Gente de cultura de la ciudad reaccionó contra ese rechazo creando un sitio cultural alternativo que llamaron Pre-textos y que se inauguró con un panel acerca de esa obra, ubicada para la ocasión en el escenario, como bandera.

“El motivo de mi búsqueda —escribió alguna vez León Herman— sería sintetizar en las piezas una visión de la realidad que mis contemporáneos reconozcan como propia, como si se produjera un encuentro entre el creador y su época”.

En estos momentos, en el marco de una serie de obras conmovedoras, León Herman se encuentra modelando una cabeza de gran tamaño de Jorge Luis Borges. Lo hace como siempre, dándose tiempo y silenciosamente.

| CRÉDITOS |