Un poeta israelí en Buenos Aires: Poemas porteños de Iehuda Amijai
Versión española de E. Toker y Abraham Platkin

Ciudad de Borges y de Tzivia,
ciudad de un obelisco que no vio
a Egipto; ciudad de Susana
que no sabía de mí.
Territorio entre la risa y el llanto
sin llanto ni risa.

Existen casas en las que
quiero vivir para siempre
tal como, en la Edad Media,
el alma ansiaba vivir
en un cuerpo puro y hermoso.

Ciudad de Eduardo:
anoté su dirección en mi libreta
y él también anotó la mía en la suya.
Hay que suponer que no nos volveremos a ver.

*

Ella nació junto al mar en la ciudad del mar;
se enamoró en un pequeño cuarto lejos de él,
vive en una calle que lleva el nombre
de alguien muerto y olvidado.
Ni siquiera el conductor del taxi acertó a encontrar
la antigua casa de puerta silenciosa;
usaba un vestido a rayas y rondaba entre las rayas
atropelladamente. También se perdió
entre las grandes flores impresas.

Besé su boca formada por un idioma extraño.
Así aprendí.
—¡Aló, aló! —desesperado en mi lengua.
—¿Hola? —burlón y triste en la suya.

Y durante mi invierno es su verano y durante mi día su noche.
Y mis jornadas se alargan cuando las suyas se acortan,
y sus ojos semejan oro disuelto en marrón
y la forma de su cuerpo es como la forma de una puerta en mi vida.

*

Durante todo el tiempo que estuve aquí
no vi el mar. Cierta vez,
de noche, me contaste acerca de él.
Y no quise escuchar, para que
Buenos Aires fuese
como Jerusalem, sin mar.

Te llamaban Dolores; Susana
era el nombre de tu amiga; chica
te llamó un conductor que pasaba.

Ambos nos perdimos, perdedores,
desconocidos el uno para el otro:
dos pérdidas lloran y ríen
juntas en la oscuridad.

*

Instrumentos delicados,
instrumentos muy delicados.

Y una mujer sorprendida por un leve dolor;
algo huyó de su rostro hacia adentro,
risa sombra.

Sus antepasados aniquilaron a los pueblos indígenas:
en ella quedó
una culpa de pájaros
que causaron dolor al aire con su vuelo.

Instrumentos delicados,
instrumentos muy delicados.

*

Cruce de Santa Fe y Callao,
de tarde, esperando:

¿cuál de todas las sombras es mi sombra?
Por eso levanté una mano,
por eso te amé.

Cruce de calles,
una verdadera cruz.

*

Estar sentado en un café ocuro
en la calle Coronel Díaz,
héroe amargo, muerto.

Una pequeña taza de café fue suficiente
para la larga estada;
un diario en un idioma que ignoraba.

Esparcí una torta sobre un plato
como para un pájaro: tú vienes
miras en derredor.

Yo estoy sentado, quieto, te veo,
come rápidamente,
échate a volar.

*

Los últimos tramos de un sepelio argentino
cruzan mi camino. Tres, cuatro,
ya sin flores. La tumba está lejos,
es un sepelio muy elegante, absolutamente urbano,
con el ojo pintado, la mejilla pulcramente afeitada
y con un vestido negro bien ceñido al muslo,
huyendo de la muerte,

y existe un hombre que no tiene
para sepultar
sino el recuerdo de una noche.

*

Estábamos acostados
desnudos e iguales como mitades de una naranja
hasta que la tarde
oscureció por tu voz.

Las aguas pueden ser lloradas,
las piedras no: por eso vuelvo a Jerusalem.
“¡Extrañaré!”.
¿Quién te habrá enseñado a pronunciar
una palabra tan grosera?

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