Alberto
Gerchunoff, entre gauchos y judíos
Artículo
introductorio al libro de ese título,
antología de la obra de Alberto Gerchunoff
compuesta y anotada por Eliahu Toker, editada
por Secretaria de Cultura de la Nación
y Editorial Biblos en Buenos Aires, 1994.
Prosista y periodista de
conmovida palabra poética, personaje protagónico
de la vida literaria argentina, Alberto Gerchunoff
constituye un lugar singular entre los clásicos
de las letras argentinas de la primera
mitad de este siglo.
En aquella época,
marcada por el torrencial desembarco en la
Argentina de sucesivas oleadas inmigratorias —hubo
momentos en que los inmigrantes superaban en
número a los nativos [1]— en
las páginas de Gerchunoff cobró entidad
literaria, por primera vez [2], la particular
experiencia de un conjunto de esos inmigrantes:
los judíos asentados en las colonias
agrícolas conformadas bajo el amparo
del barón Hirsch [3].
No debe asombrarnos, entonces, que pese a ser
el autor de una veintena de libros de diverso
género, y pese a haber publicado miles
de textos y notas periodísticas, el
nombre de Alberto Gerchunoff siga intensamente
unido a su inaugural Los gauchos judíos,
cuyos veintiseis relatos dejan traslucir, por
lo que cuentan, por el modo elegido para contarlo
y por lo que callan, las ilusiones, las certidumbres,
las ambigüedades y los temores de aquellos
primeros inmigrantes judíos. El sencillo
encanto de estos relatos, la emoción
que transmiten y los interrogantes que sus
diferentes niveles de lectura despiertan todavía,
otorgan a este libro una notable vitalidad.
Algunas
de sus obras posteriores (Historias
y proezas de amor, Los amores de
Baruj Spinoza) acusan ya el paso del
tiempo; otras conservan todavía sabor
y frescura de páginas recién
escritas (La
jofaina maravillosa, El hombre importante)
pero todas, leídas con oído
atento, brindan a cada paso hallazgos de la
mejor prosa poética de lengua española,
compuesta por un hombre que desembarcó ya
casi adolescente en esta lengua.
* * *
Alberto
Gerchunoff vio la luz en 18834 en
Proskuroff, pequeño pueblito ruso de
Kamenetz Podolsk, gobernación de
la que provenían, en su mayor parte,
los inmigrantes judíos del período
inicial de la colonización agrícola.
A los tres años su familia se traslada
a Tulchin y de allí, empujada por la
opresión y el antisemitismo zaristas,
pero también por la ilusión de
dar con la bíblica tierra prometida,
se embarca rumbo a la Argentina5. “En
aquellos años ya distantes los judíos
no emigraban y la tentativa de colonización
del barón Hirsch iluminaba a los israelitas
de Tulchin, como la esperanza mesiánica
del retorno al reino de Israel” [6]. “Allí,
en la Argentina, trabajaremos la tierra, comeremos
pan de nuestro trigo y seremos agricultores
como los antiguos judíos, los judíos
de la Biblia” [ 7].
Arribados al puerto de Buenos Aires, los Gerchunoff
son conducidos, con los demás colonos,
a la provincia de Santa Fe, a Moisés
Ville, primera de las colonias fundadas por
el barón Hirsch. A pocos meses de su
llegada, cierta trágica tarde del año
1891, Gerchunoff padre es asesinado sin ningún
motivo por un gaucho ebrio. La familia se traslada
entonces a la provincia de Entre Ríos,
a la colonia Rajil, cerca de Villaguay, y es
allí donde el pequeño Gerchunoff
de ocho años, se impregna de esas vivencias
campesinas que atravesarían luego toda
su obra:
En Rajil fue donde mi espíritu
se llenó de leyendas comarcanas.
Las tradiciones del lugar, los hechos memorables
del pago, las acciones ilustres de los guerreros
locales llenaron mi alma a través
de los relatos pintorescos y rústicos
de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado
argentino que abrieron mi corazón
a la poesía del campo y me comunicaron
el gusto de lo regional, de lo autóctono,
saturándome de esa libertad
orgullosa, de ese amor a lo criollo, a lo
nativo, que debió, más
tarde, fijar mi inclinación mental.
En aquella naturaleza incomparable, bajo
aquel cielo único, en el vasto sosiego
de la campiña surcada
de ríos, mi existencia se ungió de
fervor, que borró mis
orígenes y me hizo argentino.[8]
Sólo
cuatro años permanecen los
Gerchunoff en Entre Ríos. En 1895, el
desánimo por el fracaso sucesivo de
varias cosechas, sumado al obsesivo recuerdo
de aquella trágica tarde de Moisés
Ville, los arranca de la colonia y los lleva
a Buenos Aires. En la gran ciudad comienza
entonces Gerchunoff, a los doce años, “su
vida incierta y andariega” enrolándose
en cuanto oficio se le presenta: panadero,
cigarrero, niquelador, pasamanero, vendedor
ambulante.
Ese
muchacho que durante el día rueda
de oficio en oficio, de noche estudia gramática,
historia, ciencias. Un compañero asturiano
le descubre el Don Quijote, libro
que lo deslumbra para toda la vida. Lee con
voracidad, va a conferencias, se relaciona
con escritores y periodistas, y comienza a
vivir en las redacciones, a participar de la
vida bohemia y a publicar notas periodísticas.
En 1903, a los veinte años, le ofrecen
dirigir un diario en la ciudad de Rosario,
y entra así, definitivamente, en el
mundo del periodismo. En 1908, de la mano de
Roberto J. Payró [9], ingresa al diario La
Nación y allí, entre otros
textos, comienza a publicar unos relatos costumbristas
de la vida judía en las colonias, que
luego formarían parte de Los gauchos
judíos, libro que aparece en
1910, en homenaje al centenario de la Revolución
de Mayo.
A
partir de aquí comienzan a conjugarse
el escritor y el periodista en una serie de
obras de difícil clasificación,
que van del ensayo político —El
nuevo régimen (1918), El
problema judío (1945)— al
literario
—La
jofaina maravillosa (1922), Roberto
J. Payró (1925), Enrique
Heine, el poeta de nuestra intimidad (1927)— al
filosófico-literario —La
asamblea de la bohardilla (1925), Pequeñas
prosas (1926), El hombre que hablo
en la Sorbona (1926)— y a
la ficción,
a veces con un trasfondo autobiográfico
—Cuentos de ayer (1919), Historias
y proezas de amor (1926), Los amores
de Baruj Spinoza (1932), El hombre
importante (1934)— resultando
a veces difícil precisar dónde
termina uno de sus rostros y comienza el otro.
“En última instancia
quizás no sea posible hablar sino de
un solo Gerchunoff, del Gerchunoff que con
esta o aquella modalidad retórica,
era además de un infatigable militante
de la libertad y de la dignidad humanas, lo
que ha de ser definitivamente en toda el área
territorial y moral de nuestra lengua: un verdadero
maestro de la prosa castellana contemporánea,
que en la Argentina del siglo XX repitió el
genio estilístico
de los más puros escritores hebreos
de la lejana Sefarad”. [10]
“Su mayor gloria estaba,
a mi juicio, en que era un apóstol laico
de la justicia y de la dignidad. (...) Llevaba
su comprensible indulgencia hasta los límites
de lo que es atribuible al Creador. Pero desde
ese límite, que está claramente
trazado para toda conciencia honrada, su indignación
cobraba un fervor bíblico.
Entonces un fuego destructor encendía
sus labios y se sentía,
con miedo, que era de la auténtica
raza de los profetas y los jueces”. [11]
Alberto Gerchunoff fallece en
Buenos Aires, el 2 de marzo de 1950. De manera
póstuma
fueron apareciendo seis volúmenes con
algunas de sus notas y ensayos breves clasificados
por tema: Retorno a Don Quijote (1950), Entre
Ríos, mi país (1950), El
pino y la palmera (1952), Argentina,
país de advenimiento (1952), Buenos
Aires, la metrópoli de mañana (1960)
y Figuras de nuestro tiempo (1979).
* * *
Si ningún autor —si
ningún hombre— cabe
entero entre las tapas de un libro, menos aún
se deja encuadernar una personalidad como la
de Gerchunoff, escritor elocuente y hombre
apasionado, exuberante, polémico,
ocurrente, gran orador, gran conversador, amante
de la buena comida, del buen vino, del buen
tabaco y del buen humor [12].
Lo que esta antología se propone, sin
pretensiones de objetividad y en el marco de
su limitado número de páginas,
es destacar algunos rasgos característicos
del perfil literario e ideológico de
Alberto Gerchunoff, mediante una selección
de sus textos.
En primer lugar incluímos una parte
sustancial de Los gauchos judíos,
a nuestro juicio la obra más interesante
de Gerchunoff por la permanencia de los interrogantes
que plantea, particularmente en una época
como la actual, de fuerte afirmación
de las identidades culturales de las minorías
en todo el mundo.
Ya
su provocativo título mismo, uniendo
dos términos contradictorios [13], plantea
los encuentros y desencuentros entre dos mundos:
el del argentino nativo, representado aquí por
el gaucho, y el del argentino por adopción,
interpretado por el colono judío, deseoso
de ser aceptado por el nativo como un igual.
No
se trata de algo tan obvio. El judío
sólo tiene de gaucho lo que el gaucho
tiene de marginal. El antisemitismo existía
ya en la Argentina antes aún de que
los judíos llegasen: En las mismas páginas
del diario La Nación, donde
aparecieron a partir de 1908 los relatos que
integrarían Los gauchos judíos,
se publicó en 1891, en forma de folletín, La
Bolsa, una tan endeble como exitosa
novela de Julián Martel, que describía
a todos los inmigrantes como artífices
de la decadencia moral argentina, pero culpando
especialmente a los judíos por todos
los males del país, pese a que “los
testimonios de la época prueban que
los judíos eran tan pocos en la Argentina
de ese tiempo —en 1888 entraron 8 familias
judías y al año siguiente 136
y casi todas se fueron al interior— que mal
podían ser responsables de los problemas
que preocupaban a Martel”.[14] Lo
que no significa que, de ser más numerosos,
lo serían...
El
libro de Gerchunoff, escrito en un Buenos Aires
signado por la euforia del Centenario y la
incorporación de grandes contingentes
de inmigrantes, niega la existencia de gente
como Martel —sólo “Historia
de un caballo robado” sugiere en Los
gauchos judíos la existencia
de algún prejuicio antisemita en el
país—
y describe con tonos rosados la relación
entre gauchos y judíos, respondiendo
a la presión de los partidarios de una
disolución purificadora de los rasgos
espirituales de todas las corrientes inmigratorias,
para conformar un “ser argentino” a
imagen y semejanza de los mismos que propugnan
el “crisol de razas”.
Esta
subestimación de lo problemático
en Los gauchos judíos, en pos
del sueño de una integración
sin fisuras, le fue señalada de inmediato
a Gerchunoff por su mismo maestro, Roberto
J. Payró, quien tras leer la obra, después
de las alabanzas, le escribe: “Toda la
parte externa de su libro es de primer orden;
en la parte íntima, en el 'alma' del
libro falta algo. (...) ¿Dónde
está el descontento de Rajil? ¿Dónde
el que se volvió al comercio hastiado
de la tierra fecunda? ¿Dónde
el que, descontento de la autocracia rusa,
no se satisfizo con la pseudo-república
sudamericana, y soñó en perfecciones
democrático-humanitarias mayores y más
bellas?” [15].
Lo cierto es que las colonias
judías,
en sus años de esplendor, junto con
sus enormes logros albergaban también
grandes conflictos. Pero los judíos
no se sentían tan aceptados como para
plantear públicamente sus problemas.
No debe de ser casual que incluso en la literatura
argentina en lengua ídish —salvo
honrosas excepciones— esos y otros conflictos
hayan sido silenciados [16]. Gerchunoff, frente
a las persecuciones antisemitas de la Semana
Trágica
de enero de 1919, vuelve a adoptar aquel sonoro
silencio que recorre Los gauchos judíos [17].
Pero cambia de actitud en los años '30:
ante el desmesurado crecimiento del fascismo
y del nazismo en Europa y en Argentina misma
[18], concentra la totalidad de sus energías
a la lucha cívica y periodística
contra estas plagas, a punto tal que desde
1937 no vuelve a publicar ninguna obra literaria
más.
Volviendo
a Los gauchos judíos,
podríamos añadir todavía
que su lenguaje pulido, sonoro, castizo, analizado
ya por los estudiosos de su obra [19], además
de formar parte de la reivindicación
hispánica de muchos escritores argentinos
de esa época, —Enrique Larreta,
Manuel Gálvez, Ricardo Rojas— tiene
para los autores judíos —Carlos
M. Grünberg, César
Tiempo, Gerchunoff mismo, todos de origen europeo
oriental—, una función adicional:
el de enhebrarlos en la vieja tradición
de los sefaradíes, los judíos
expulsados de España por la inquisición,
que llevaron consigo la lengua española
al exilio y la conservaron como un tesoro.
Los escritores judíos podían
ser unos recién venidos a la Argentina
pero no lo eran a la lengua española.
[20]
Habría mucho más que decir sobre Los
gauchos judíos; subrayar, por
ejemplo, la permanente sucesión de imágenes
bíblicas; señalar las ironías
que Gerchunoff desliza en el texto, la riqueza
visual de las imágenes literarias que
construye, pero detengámonos aquí.
Del
mismo modo que en Los gauchos judíos cobran
color y volumen sus vivencias cosechadas en
la colonia, una de sus primeras experiencias
urbanas, la de vendedor ambulante ( “el
trabajo que me proporcionó los mayores
sufrimientos y las más grandes humillaciones
de mi vida” [ 21]) cobra espesor en “El
día de las grandes ganancias”,
relato autobiográfico cuyos personajes
son la ciudad, el desencanto y la ironía.
Pertenece al libro Cuentos de ayer (1919).
La jofaina maravillosa (1922),
subtitulada “Agenda cervantina”,
es un devocionario, uno de los que Gerchunoff
solía dedicar a sus amores
literarios (a Enrique Heine, a Baruj
Spinoza).
Estos textos de homenaje a Cervantes y a El
Quijote son ejemplos
de lo mejor de su prosa poética.
Con
algo de reportajes periodísticos
y algo de diálogos filosóficos, La
asamblea de la bohardilla (1925) es
un original conjunto de textos cuyos protagonistas
son Marx y Mefistófeles, Shylock y Kempis,
Jesús (“El hombre de las
manos luminosas”) y la serpiente
del Génesis.
Merecen ser leídos, además, el
sabroso capítulo dedicado a “La
civilización de la comida”, y
unas notables páginas acerca de las
ventajas de ser un país hermosamente
advenedizo [22].
Pequeñas prosas (1926)
es una joyita literaria, editada como tal por
Gleizer [23], que reúne diez
textos breves —entre ellos “El
misterio de la palabra” y “Hermano,
júzgame bien”—
que se leen con el placer que da la inteligencia
mitigada por la belleza.
Finalmente,
el famoso genio irónico,
cáustico, de Gerchunoff, ése
que alimenta la mayor parte de su profuso anecdotario
y que restalla aquí y allá a
lo largo de toda su obra, se expresa acabadamente
en El hombre importante (1934), retrato
de un político latinoamericano cuyo
enorme prestigio está fundado en una
increíble habilidad para no comprometerse
con idea alguna. La “Advertencia pertinente” que
le sirve de introducción, tan extensa
como la novela misma, es un texto burlón
y erudito, en el que Gerchunoff explica con
refinada ironía por qué rehusa
el honor de integrar cierta lejana y renombrada
Academia, aludiendo claramente a su rechazo
del sillón de académico que le
ofrecieron en 1930, durante el gobierno de
facto.
* * *
Desde ya que esta breve introducción
es sólo un aperitivo y que el retrato
de Alberto Gerchunoff queda incompleto. El
objetivo de estas páginas es despertar
interés y curiosidad por leer sus textos
suyos, y por conocer lo escrito acerca de él
y de esos textos, que no son precisamente fáciles
de conseguir. Pero el premio es dar con relatos
de una intensidad y belleza poco comunes, y
recibir una imagen sensible de una sociedad,
de una época, de un país.
____________
1. “Buenos Aires alcanzaba en 1869,
un año después de terminado el
período presidencial de Mitre, a 181.838
habitantes, y a 1.836.490 la República.
En 1889 —con ulterioridad de dos décadas—
la población global era ya de 3.265.577
y la de Buenos Aires de 530.000, de los cuales
eran extranjeros 300.000. En 1889 llegaron
a la Argentina 260.000 inmigrantes, el doble,
justamente, del año anterior”.
(Gerchunoff, Argentina,
país de advenimiento, p. 20).
“En
1887, se realiza un censo municipal en Buenos
Aires que arroja las siguientes cifras, incluyendo
Flores y Belgrano, recién incorporados
al ejido de la ciudad (..) 437.875 habitantes.
(...) La totalidad de la población
porteña se divide en 1887 de este modo:
209.224 argentinos; 228.651 extranjeros (la
corriente inmigratoria ha modificado ya la
base hispánica
de nuestra nación); de esos extranjeros
sólo 39.652 son españoles, ¡mientras
que 138.166 son italianos! El resto se divide
en diversas nacionalidades”. (“La
Argentina de 1880 a 1940”, en Capítulo,
la historia de la literatura argentina,
Buenos Aires, agosto de 1967, fascículo
2, p.29).
2. Según la Encyclopedia
Judaica, “Los
gauchos judíos es la primera
obra latinoamericana que da cuenta de la
emigración
al Nuevo Mundo, así como la primera
de valor literario escrita en español
por un judío en los tiempos modernos”.
(Op. cit., tomo 7, pp. 434-435).
Por
otra parte, prácticamente desde su arribo
a la Argentina los inmigrantes judíos
desarrollaron una constante labor periodística,
enviando correspondencias a los grandes diarios
en lengua hebrea de Varsovia y San Petersburgo,
en respuesta al enorme interés y curiosidad
por conocer cómo era ese lejano país
llamado Argentina, al que habían
emigrado tantos judíos, y cómo
funcionaba esa original experiencia agrícola
judía en los campos argentinos. Ya en
1898, antes aún
de que existiera en el país una linotipo
con caracteres hebraicos, grabando a mano sobre
planchas de piedra el texto de las notas y
noticias, aparece en Buenos Aires el primer
periódico en ídish, Viderkol.
La primera publicación periodística
judía en castellano
aparece en 1904.
3. El barón Mauricio
de Hirsch (1831-1896), fue un financista y
filántropo
alemán, creador de la Jewish Colonization
Association (JCA), institución por medio
de la cual encaró el reasentamiento
en gran escala, en colonias agrícolas
de la Argentina y otros países, de judíos
rusos perseguidos por el régimen zarista.
4. “Nací el 1º de enero
de 1883 —según el pasaporte otorgado
a mi padre para el viaje a América,
y en 1884 según decía mi madre—
en Proskuroff, villa diminuta de la gobernación
de Kamenetz-Podolsk, que es como la Lituania,
una provincia rusa de densa población
israelita”. (Entre Ríos,
mi país, “Autobiografía”,
p. 9).
5. En las diversas
biografías
de Gerchunoff no encontré la fecha de
su llegada a la Argentina y tampoco es mencionada
en su autobiografía. “Vivimos
en Tulchin hasta 1889” dice al describir
su salida de Rusia (p. 10), y un poco más
adelante, relatando el primero oficio en la
sinagoga, ya en Argentina, agrega: “Por
primera vez, en la colonia de Moisés
Ville, en el año 1891 de la era cristiana,
en la República Argentina, el pueblo
elegido se sintió en tierra hospitalaria,
en tierra materna... ”. (Entre Ríos,
mi país, “Autobiografía”,
p. 20).
6. Ibídem p. 12.
7. Ibídem p. 14.
8. Ibídem p. 25-26.
9. Roberto J.
Payró (1867-1928)
importante narrador argentino, autor de El
casamiento de Laucha (1906), Pago
chico (1908) y Divertidas aventuras
de un nieto de Juan Moreira (1910).
10. Bernárdez, Francisco Luis. “Alberto
Gerchunoff, maestro judío de la prosa
castellana”, en: Davar, Buenos
Aires, núm. 42, setiembre-octubre 1952,
p. 67.
11. Martinez Estrada, Ezequiel. “Apunte
hecho de memoria”, en: Davar,
Buenos Aires, núm. 3l/33, abril 1951,
p. 59-60.
12. En su poema “Tributación
a la inmortalidad del Bar Internacional”,
lo pinta así César Tiempo: “Al
filo de la madrugada / como a un cabildo abierto
/ penetra don Alberto / Gerchunoff, el maestro
de la prosa labrada. / Obeso como un
diccionario / y sabio en menesteres de cocina
/ su abacial figura domina / aquel estrecho
escenario / para sus dotes caudalosas / dignas
de un gran rabino o de un señor de la
iglesia: / maneja como un fino bisturí la
parresia / y habla con esa música capital
de sus prosas, / un poco orquesta a viento
y un poco contrabajo, / triunfa en las partituras
que maneja a placer / como el menú que
ordena en su propio agasajo”.
13. “Los gringos de Rajil, por más
que sublimasen las proezas gauchas del pasado,
no representaban su continuación sino
su antítesis: su existencia sedentaria
y ordenada en chacras delimitadas iba en contra
de la sustancia misma del peculiar modo de
vida del gaucho. (...) El gaucho judío
es, por tanto, el judío naturalizado
y provincializado, ligado a un mito patriótico
en un intento de mostrar la total adaptación
a un patrimonio y un lugar. Pero la imagen
que de los judíos tiene Borges es exactamente
opuesta a ésta, y aquí parece
situarse otra de sus objeciones a la fábula
de Gerchunoff”. (Aizenberg, Edna. “Borges,
Gerchunoff y el gaucho 'judío'",
en: Raíces, Buenos Aires, Primavera
1991, p. 26-28).
14. Pellettieri, Osvaldo. “La Bolsa:
entre el romanticismo y la realidad social”,
en La Bolsa, de Julián Martel,
Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981,
p. 17.
15. “Payró opina sobre Los
gauchos judíos”, en: Davar,
Buenos Aires, núm. 31-33, abril 1951,
p. 201-202.
16. Integrada por numerosos autores,
muchos de ellos de excelente nivel, la literatura ídish
argentina no registra casi obras verdaderamente
representativas de los momentos más
dramáticos vividos por la judería
en el país. Abundan hermosos textos
que cantan a la Argentina, que exaltan sus
bellezas y bondades, idealizando la experiencia
colonizadora. Abunda también una poesía
social propia de los años de la revolución
rusa, centrada aquí en la descripción
de los conventillos y de las miserias de los
nuevos inmigrantes; pero los duros enfrentamientos
entre los colonos y la Jewish; el pogrom de
la semana trágica y la tragedia de las
muchachas judías traídas con
engaños desde sus pueblitos natales
y forzadas a ejercer la prostitución
en un régimen de esclavitud, son temas
cuya ausencia resulta demasiado llamativa para
no constituir un síntoma de algo.
Para darle la razón a aquello de que “la
excepción
confirma la regla”, cada uno de estos
temas produjo una obra
importante en idish, pero no debe de ser casual
el que recién en los últimos
años hubiesen podido ver la luz en castellano:
Recién en 1984
apareció en español la obra teatral
de Leib Malaj acerca de la trata de blancas,
titulada Ibergus [A];
recién en 1987 apareció la
traducción del dramático
testimonio del periodista Pinie Wald acerca
del pogrom de la semana trágica, Koshmar [B],
y en 1991 apareció en castellano el
texto referido a los conflictos entre los colonos
y la JCA: Colonia Mauricio de
Marcos Alpersohn [C].
A. Malaj, Leib. Ibergus, Buenos Aires, s/e,
1926, 80 p. / Malaj, Leib. Regeneración,
versión española
de Nora Glickman y Rosalía Rosembuj,
Buenos Aires, Pardés, 1984,
138 p.
B. Wald, Pedro. Koshmar, Buenos Aires, s/e,
1929, 96 p. / Wald, Pedro. “Pesadilla”,
versión española
de Simja Sneh, en Crónicas
judeoargentinas/1,
Buenos Aires, Milá, 1987, p. 327-407.
C. Alpersohn, Marcos. Colonia Mauricio, Buenos
Aires, s/e,
1922. / Alpersohn, Marcos, Colonia
Mauricio,
versión
española de Eliahu Toker,
Buenos Aires, “Comisión
centenario colonización Colonia Mauricio
(Carlos Casares)”, 1991,
402 p.
17. Senkman, Leonardo. La identidad
judía en la literatura argentina,
Buenos Aires, Pardés, 1983, p. 204.
18. “Hugo Wast, en el prólogo
de su novela El Kahal (1934), afirma que gritar
'Abajo los judíos' equivale a gritar
'Viva la patria'”. (Ibídem, p.
220).
Hugo Wast (seudónimo, con resonancia
germánica, de Gustavo
Martinez Zuviría, 1883-1962) expresa
su antijudaísmo inspirado
en el nazismo alemán, del mismo modo
que Julián Martel (seudónimo,
con resonancia gala, de José María
Miró, 1867-1896) toma
el suyo del antisemitismo francés, que
poco después estallaría
en el affaire Dreyfus.
19. Ibídem, p. 39-57.
20. Esa exaltación de lo judeo-español
aparece a menudo en Los gauchos judíos,
y llega hasta el extremo de situar en Castilla
a Rabí Akiva, uno de los sabios que
redactaron el Talmud de Jerusalem (en “El
viejo colono”).
21. Gerchunoff, Alberto. Entre Ríos,
mi país, “Autobiografía”,
p. 31.
22. Gerchunoff, Alberto. La asamblea
de la bohardilla, p. 29-31.
23. Manuel Gleizer fue un editor argentino
que llevó generosamente a la imprenta
las obras primerizas de Borges, de Nicolás
Olivari, de César Tiempo y de toda esa
generación de jóvenes escritores
argentinos.