Pluralismo cultural judío,
¿bendición o no?
18 ago. 87
Hace apenas 48 hs.,
en el curso de este mismo encuentro de la culturas
Judías que estamos finalizando, me tocó participar
en un panel cuyo tema era “El ídish
en mi vida”.
En
mi exposición incluí un
breve fragmento de un monólogo del
humorista americano Lenny Bruce, donde éste
clasificaba como judío o como
goy a una cantidad de objetos de la vida diaria,
comidas, personajes conocidos, e incluso nacionalidades,
como un criterio entre humorístico y
poético.
Así, unos cuantos músicos
negros —como
Count Basie y Ray Charles— serían
judíos
al igual que todos los italianos, mientras
que Eddie Cantor sería goy lo mismo
que el pan blanco. Tras leer la cita de Lenny
Bruce, y siguiendo con el espíritu de
su clasificación, sugerí que
el ídish sería terriblemente
judío mientras que el hebreo sería
goy, agregando:
No me pregunten
por qué. No estoy seguro
de saberlo, pero con todo mi afecto por el
hebreo, es un idioma sonoro, solemne,
mientras que el ídish es íntimo,
familiar, cercano, apasionado, sentimental,
femenino. Tan judío como
Woody Allen.
Hasta aquí lo que dije entonces. Esta afirmación
humorístico-poética provocó diferentes
reacciones. Tanto la risa como las observaciones
polémicas me resultaban absolutamente
previsibles, pero una de esas observaciones
me llevó a detenerme a repensar
lo dicho. Venía de una buena amiga,
cuya opinión respeto, Orna
Stoliar, quien me señaló que
el haber ubicado al hebreo fuera de lo judío
implicaba partir de una caracterización
parcializada de lo judío evidentemente
propia del mundo ashkenazí, cuya lengua
es el ídish y cuyo arquetipo actual
podría ser Woody Allen.
Argumenté que mi afirmación
había
sido poético-humorística, pero
al decirlo yo mismo sabía
que tanto el humor como la poesía, si
bien no son para ser tomados al pie de la letra
tampoco son para ser ignorados. Así que
me senté conmigo
mismo a ver qué había de cierto
en lo que me habían dicho.
Por una parte me resultaba claro —y alguno
me lo señaló también— que
no es lo mismo el hebreo del Tanaj,
de la Biblia, que el hebreo israelí,
y mi afirmación, evidentemente, apuntaba
a este último. Por otra
parte, cuando yo caracterizaba la judeidad
del ídish señalaba
determinadas cualidades suyas —decía
que era íntimo, familiar,
cercano, apasionado, sentimental, femenino— con
lo que, (jugando y poéticamente,
pero en serio en alguna parte de mí)
marcaba un estereotipo que dejaba fuera de “lo
judío” a todo aquel que no encajara
en esa definición.
Creo que valdría la pena detenernos
en algún momento —ni hoy
ni aquí, pero en algún momento— a
pensar por qué un Lenny
Bruce hace unos cuantos años en NY y
un poeta judeo argentino en Bs. As. hoy, sienten,
sospecho que al igual que unos cuántos
más, lo
judío de este modo, pero esa reflexión
futura y necesaria no quita un hecho que es
el que quería subrayar: mi humor fue
sectario.
Y resulta que, paradójicamente, soy
uno de los que idearon y organizaron este Encuentro
de las Culturas Judías,
así, en plural, precisamente para llamar
la atención sobre la
multiplicidad y riqueza de las expresiones
culturales creadas por el pueblo judío.
Me pareció ilustrativo comenzar mi intervención
en este panel relatando esto que me sucedió porque
dramatiza en carne propia las dificultades
del camino hacia un verdadero pluralismo, incluso
para quienes estamos racionalmente convencidos
de la importancia y necesidad de los modelos
abiertos de pensamiento, que no se ajusten
a fórmulas ni
categorizaciones en lo que hace a los hombres
y sus culturas. Y lo decimos en Argentina,
país signado por modelos culturales
cerrados, autoritarios, que desprecian tan
a menudo la memoria y la realidad viviente.
Quienes sueñan con un “crisol de razas” para
lograr un “ser argentino” ideal
suelen pintar ese ideal a su propia imagen
y semejanza.. Y lo mismo pasó y pasa
en Israel con el ambicionado “crisol
de diásporas”. En el curso de este
Encuentro señaló el
profesor Dov Noy los errores de una larguísima
primera época
en la que se empujaba a los inmigrantes judíos
no europeos a abandonar rápidamente
sus tradiciones y lenguas de origen para adoptar
las idealizadas pautas culturales europeas
de los pioneros, primeros pobladores judíos
de la Israel contemporánea.
El verdadero signo de civilización consiste
en aceptar que la diferencia del diferente
constituye una virtud y no un defecto, una
riqueza y no una falencia. No hablemos de los
autoritarios . A veces los estudiosos y los
políticos de buena fe también
se ponen nerviosos cuando la gente se le escapa
de los esquemas y desborda los cuadros sinópticos,
construídos con tanto trabajo y esmero.
Dicen que el antijudaísmo de Toynbee
era nada más que una respuesta a la
provocativa actitud del pueblo judío
que sólo para echarle a perder sus teorías
se negaba a morir o, por lo menos, a volverse
fósil.
Así aparecen conceptos eruditos de culturas
superiores e inferiores, puras e impuras, donde
prima la abstracción sobre lo humano
vivo, vital, arrollador.
¿Es el pluralismo cultural del pueblo judío
una bendición?
En primerísimo lugar, y antes de responder
si consideramos esa diversidad bendita o no,
digamos que existe y por lo tanto constituye
una legítima manifestación
de la creatividad del ser humano real; por
ende cada una de las expresiones de ese pluralismo
deben ser legitimadas para promover la autenticidad
y para que la gente no malgaste energías
tratando de ser aquello que no es.
Ahora sí, en segundo lugar, digamos
que ese pluralismo étnico y cultural
judío, como el de todo pueblo, país
o comunidad, constituye una bendición,
puesto que consideramos una bendición
a la vida y esa caudalosa diversidad de expresiones
habla de la riqueza y creatividad inagotables
del se humano en general y del judío
en particular.
Permítanme
detenerme ahora por un momento en el tema de
la existencia o no de una cultura singular
judeo-argentina. La primera pregunta que surge
siempre es si existe una literatura judeo-argentina.
Esta pregunta reaparece vuelta a vuelta en
paneles, simposios y conferencias.
Está claro que si uno
observase el extenso listado de los escritores
judeo-argentinos para preguntarse —como
lo hizo Isidoro Blaisten en el transcurso de
una mesa redonda— acerca de qué tiene
en común la obra
de toda esa gente, que justifique su reunión
en una misma rama, judía además,
de las letras argentinas, la respuesta sería,
ciertamente, que no tienen suficientes elementos
comunes como para justificarlo. Sin embargo
llama la atención que la pregunta continúe
formulándose mientras, que yo sepa,
nadie se interroga acerca de la existencia,
o no, de una literatura italo-argentina o de
una hispano-argentina.
Es que la experiencia colectiva
judía
tiene características distintivas, aún
cuando cada judío
la viva con mayor o menor intensidad, o no
la viva, si puede, del todo. El forcejeo permanente
con la propia identidad bajo la presión
de un afuera más o menos hostil, desde
la realidad y desde la propia historia, no
es común a otros grupos humanos. De
ahí la percepción
de que los escritores judíos tienen
algo singular que decir, más
allá del hecho concreto de que en muchos
de ellos ese algo sólo
aflore de un modo tangencial y esporádico
o no aflore del todo. Se espera del escritor
judío —del judeo-argentino en
nuestro caso— una mirada particular sobre su
entorno desde su experiencia judía.
No conozco comunidad alguna en
estas latitudes que, como la judía, pueda presentar
a un grupo de escritores cuya obra trate, centralmente,
de su peculiar experiencia en tanto miembros
de su comunidad de origen. Me refiero a gente
como Alberto Gerchunoff, Carlos M. Grünberg
o César Tiempo y más recientemente
a Germán Rozenmacher, Mario Szichman
o a mí mismo. Borges, pese a sus textos
judíos, no está incluido en la
lista. Aunque tal vez sí...
Por otra parte vale la pena recordar
que existe otro sector, ese sí indudablemente parte de una rama judía de la
literatura argentina y de una rama argentina de la literatura judía.
Me refiero a ese copioso mundo de los escritores de lengua ídish que
cre6aron desde principios de siglo en estas playas. Tal como la obra de Guillermo
Enrique Hudson, escrita en inglés pero embebida de savia argentina,
se considera parte de nuestra literatura, así debe considerarse lo creado
aquí en ídish, tan poco traducido y, por ende, tan poco conocido
y valorado.
Hasta aquí acerca de la literatura.
Pero ya sabemos que la cultura es mucho más.
Todavía nos seguimos debiendo a nosotros
mismos la gran tarea de recoger, clasificar
y estudiar los testimonios del folklore juedo-argentino,
que lo hay. Pero el tiempo va destruyendo día
a día documentos y testigos que podrían
dar cuenta de los personajes, canciones, expresiones,
relatos, supersticiones, chistes, etcétera,
que conforman ese folklore.
Hace al pluralismo, a la valoración
de lo diferente de cada grupo humano particular, tanto desde el punto de vista
argentino como desde el punto de vista judío, el preocuparse por salvaguardar
la memoria particular de esta cultura judeo-argentina. Y algo más. Uno
de los rasgos distintivos de esta comunidad es su carácter laico, o
lo fue al menos. Creo que no existe otra comunidad judía que haya desarrollado,
como la nuestra, un modelo de judaísmo no religioso de una manera tan
profunda, sistemática y creativa. Pienso que se trata de un rasgo distintivo
que vale la pena analizar, incluso en el marco del instituto que dirige el
profesor Noi, de cuyas exposiciones no surgió con claridad qué lugar
tiene asignado allí este judaísmo nuestro, laico y latinoamericano.
Lo que sí quiero rescatar de sus clases
son tres observaciones que me impresionaron
especialmente y con las que quiero cerrar mis
palabras:
La primera: Que lo peculiar que el judaísmo
le dio a la cultura universal no fue una literatura
y ni siquiera el monoteísmo; otros pueblos
también las aportaron. Lo peculiar fue
el concepto de que la sabiduría, el
estudio, la Torá, no es para unos pocos
sino que está abierta para todos, democráticamente,
sin importar origen ni prosapia.
La segunda: que el judaísmo es esencialmente
pluralista; que no puede decirse que el judaísmo
opina tal cosa. Las fuentes talmúdicas
se compaginaron durante siglos, incluyeron
todas las ideas e incluso fueron cambiando
de ideas. El judaísmo bien entendido
es tan pluralista como lo es la vida.
La tercera: que en las tradiciones judías
lo más importante no es el acto en sí sino
el camino hacia su realización, tanto
se trate de una boda o de un entierro; lo importante
es lo dinámico; el ir hacia; como también
en los cuentos populares judíos el acento
suele estar puesto en el camino.
Estos
son pues los signos de nuestro acercamiento
a las culturas judías: el acento puesto
sobre el pluralismo, sobre un conocimiento
abierto y democrático y sobre una preocupación
mayor por el camino que sobre un utópico
punto de llegada. Así sea.