Una
mirada sobre la Shoá como tema educativo
Ponencia
de Eliahu Toker en el Primer
Encuentro Internacional de Generaciones de la
Shoá en la Argentina
Buenos Aires, noviembre 2004
Existe mucha enseñanza
a extraer todavía de lo sucedido ayer
nomás, en el curso de la vida de muchos
de nosotros, en los años ’30
y ’40 del siglo XX, en determinada parte
de Europa, infectada a sabiendas con el virus
socio-educativo de desprecio al otro, infección
todavía escandalosamente activa en ciertas
partes del mundo, y que en aquel entonces se
expandió por determinados países
agravándose rápidamente en una
siniestra secuencia programada. El primer síntoma
de ese mal expresaba: “Los OTROS no tienen
el derecho de vivir entre nosotros como iguales”.
Segundo grado del mal: “Los OTROS no
tienen el derecho de vivir entre nosotros”. Último
grado del mal: “Los OTROS no tienen el
derecho de vivir”. ESOS OTROS, sentenciados
entonces A NO PERTENECER primero, A NO ESTAR
luego, y A NO SER finalmente, ESOS OTROS fueron,
fuimos, los gitanos, los judíos, los
homosexuales, los discapacitados, los intelectuales,
los disidentes, los distintos en general.
Los involuntarios “protagonistas
estrella” de esa secuencia en cascada,
hecha de desprecio, humillación, deshumanización
y destrucción, fueron los judíos. ¿Cómo
reaccionaron esos judíos sometidos,
antes de ser asesinados físicamente,
a una planificada demolición espiritual,
a un humillante arreo a apretados corrales
urbanos o rurales, eufemísticamente
llamados ghettos y campos de concentración,
y sometidos a la sistemática negación
de su humanidad, incluyendo a menudo el reemplazo
de sus nombres por números tatuados
a fuego sobre la carne, como a vacunos? ¿Qué hicieron
esos judíos condenados a la degradación,
a la deshumanización?
Terminada la guerra quedó acuñada
en el imaginario general la escalofriante imagen
de una muchedumbre seis veces millonaria de
judíos marchando pasivamente hacia la
muerte, marcha apenas contrapesada por
un más que mínimo puñado
de combatientes, alzado en armas en algunos
ghettos. Y en el medio NADA; imaginario que
mostraba unos pocos centenares de muchachos
y chicas excepcionales que habían asumido
solitariamente la resistencia armada frente
a una masiva sumisión y resignación.
Pero se trata de una visión simplista
y maniquea de procesos muy complejos de los
que participaron dramáticamente millones
de personas diferentes a lo largo de más
de un decenio y a lo ancho de casi un continente
entero.
Lo que me interesa es aportar
otra visión. Dejar sentado que amén
de los heroicos actos de resistencia armada,
hubo en prácticamente todos los ghettos
y campos, una sostenida resistencia espiritual
judía, un heroísmo sencillo y
silencioso que la gran historia no registra,
un heroísmo del que se habla y conoce
muy poco, y que fue protagonizado por gente,
que sin proponérselo, nos dejó una
cantidad de enseñanzas que deberían
pasar a formar parte de los programas educativos.
¿De qué hablo cuando
me refiero a resistencia espiritual judía?
Hablo de los miles de maestros que arriesgaron
la vida organizando escuelas clandestinas en
los ghettos, formando coros y montando a escondidas
representaciones teatrales con los chicos;
hablo de los periodistas que escribían
e imprimían periódicos prohibidos alentando
a los judíos a no perder el respeto
por sí mismos en medio de la miseria
y la degradación planificadas; hablo
de los muchachos y chicas que distribuían
esos periódicos a sabiendas que si equivocaban
la mano en la que lo ponían no habría
un segundo error; hablo de los bibliotecarios
que llevaban libros prohibidos de casa en casa
para que su ideología no muriese de
inanición; hablo de los artistas plásticos
y fotógrafos que, a escondidas, daban
testimonio con su lápiz, con su pincel,
con su prohibidísima cámara;
hablo de los historiadores que juntaban documento
a documento y los enterraban luego en cajas
herméticas sabiendo que su único
futuro era esa memoria que daría testimonio
por ellos; hablo de los trovadores que improvisaban
en cualquier esquina del ghetto un auditorio
para versos y canciones de angustia o rebeldía
que se habían sorprendido escribiendo
esa misma mañana; hablo de los actores
que levantaban en los ghettos teatros clandestinos
o montaban públicamente revistas musicales,
repletas de guiños cómplices
para un auditorio necesitado de una mirada
irónica a costa de un enemigo, a todas
luces invencible; hablo de los poetas que transformaban
la pesadilla en versos de una hermosura aterradora;
hablo de todos aquellos que, sumidos en una
atmósfera degradante, deshumanizadora,
lucharon para sobrevivir dignamente a pesar
del designio nazi, y sin perder el rostro humano,
sin dejar de ser solidarios con el otro, conservando
libre su espíritu y su creatividad en
medio de la opresión.
Quisiera brindar algunos ejemplos.
El tema de la memoria. Cuentan que el historiador
Simón Dubnow, mientras era llevado por
las calles del ghetto de Riga a la muerte,
gritaba: Idn, farguest nit; idn,
dertseilt; idn, farshraibt. “Judíos,
no olviden; judíos, cuenten; judíos,
anoten”.
Por aquel entonces, en el Ghetto
de Varsovia, otro historiador, Emanuel Ringuelblum,
creador del mayor archivo clandestino, diseñaba
desde su oculto instituto una investigación
basada en entrevistas a medio centenar de personas
representativas de los diversos círculos
y capas sociales del ghetto: escritores, científicos,
músicos, artistas, miembros de los comités
de ayuda, y también judíos comunes,
obreros, artesanos, comerciantes y otros. La
investigación tenía por título “¿Qué experiencia
podemos extraer de estos dos años y
medio de guerra?”. Escuchen algunas de
las preguntas planteadas:
¿Qué aspectos
sombríos de la vida considera que
emergieron en este período? ¿Cree
que esos aspectos emergieron en igual medida
en Varsovia y en la provincia o la experiencia
en la provincia indica alguna diferencia? ¿Cuáles
son a su juicio los principales aspectos
de nuestras vidas que la guerra sacó a
la superficie? ¿Qué cree podemos
esperar del futuro? ¿Qué soluciones
considera pueden esperarse para la cuestión
judía y qué soluciones para
la cuestión de Eretz Israel? ¿Qué lugar
cree le será acordado al judío
en el mundo de posguerra? ¿Cómo
podrá resolverse a su juicio la bimilenaria
diáspora del pueblo judío? ¿Cree
que puede haber alguna solución para
esta pesadilla de un mundo civilizado empapado
de un bestial antisemitismo? ¿Qué forma
cree tendrá el centro territorial
del pueblo judío en Eretz Israel? ¿Qué nuevo
orden social considera que prevalecerá en
el nuevo mundo de posguerra? Y, lo más
importante, en base a nuestra experiencia
de dos años y medio de guerra, ¿qué piensa
que debemos hacer preparándonos para
la llegada de esa era futura? ¿Cómo
considera debemos encararla en nuestra tarea
de difusión y cómo cree que
debemos educar a nuestra juventud?
...Y seguían las preguntas.
Esta conmovedora investigación emprendida
en el ghetto de Varsovia mientras sus habitantes
eran diezmados, se vio frustrada finalmente
por las grandes deportaciones masivas de julio
de ese año, 1942, y sólo llegaron
a nosotros unas pocas respuestas cuando se
desenterraron los archivos clandestinos
de Ringuelblum. Pero lo que interesa subrayar
es la capacidad y el coraje para pensar el
futuro de que dio muestra un liderazgo marginal
en esas circunstancias absolutamente límites,
cortados del mundo e inmersos como estaban
en un presente tan trágico y a todas
luces sin salida. Y no se trataba del empecinamiento
de una sola persona. Precisamente Ringuelblum
anotó entre sus papeles:
... Cuando cesó de existir
la esperanza de supervivencia personal, cuando
la destrucción del pueblo judío
tomó grandes proporciones, una sola
empresa siguió teniendo sentido: dejar
una huella en la memoria humana. Entonces,
coleccionar documentos, escribir memorias,
volcar hechos en el papel, se volvió la última
línea de resistencia para muchos habitantes
del ghetto, y lo hacían no sólo
intelectuales, periodistas y escritores,
sino incluso amas de casa y niños
también.
Tras este testimonio de Ringuelblum,
otro conmovedor ejemplo de resistencia espiritual
podría ser el de las escuelas clandestinas.
Escuchen este fragmento de un libro testimonial
de la educadora Paie Wapner Levin, que vive
en Buenos Aires. Ella cuenta lo siguiente
de sus años de maestra en el ghetto
de Vilna:
La
escuela ya está resultando chica.
Se abre otra. Cuanto más tiempo
pasa más difícil
nos resulta creer cómo, sobre el fondo
de aniquilaciones, crímenes y brutalidades,
pudimos nosotros, los maestros, llevar a
cabo esa tarea con los niños del ghetto
de Vilna, cómo les enseñábamos,
cómo nos reíamos y hacíamos
reír a los chicos, cómo cantábamos
y hacíamos que los chicos canten,
cómo
hacíamos que olvidaran la espantosa
situación en que nos hallábamos,
el constante peligro de muerte que no abandonaba
el ghetto por un instante. Era un trabajo
duro y más aún cuando, al regresar
a clase después de una “acción” había
muchos claros en los pupitres escolares,
faltaban niños... Muchos corazones
infantiles habían dejado de latir
para siempre... Y a nosotros, los maestros,
nos parecía
que de los bancos vacíos nos interrogaban
miradas infantiles... Después de tales “acciones”,
con nuestro estado de ánimo deprimido,
recomenzábamos nuestro trabajo con
los alumnos que quedaban.
Recuerdo
nuestro trabajo en el club infantil. ¡Cientos
y cientos de chicos ! Todos estaban ocupados,
quién en trabajos manuales, quién
en el coro, en el círculo de Historia
o en otros. Yo dirigía el círculo
dramático. Preparamos: Los
muñecos,
una ópera infantil. Ensayamos
febrilmente. Los chicos internalizan los
roles. El contenido es adecuado para nosotros
en el ghetto. Se representa un teatro de
títeres,
y cómo las marionetas se liberan de
sus ataduras, echan al director y se hacen
libres. Y los chicos, junto con las marionetas,
cantan:
“¡Odiamos
a los esclavizadores, no les damos las manos,
/ que los niños y las marionetas formen
una sola unión!”.
Hasta aquí los recuerdos
de Paie.
Resulta admirable y conmovedor
comprobar cómo, en aquella situación
límite, en ese medio degradante, planificado
para demoler el autorrespeto y la dimensión
humana, aquí, allá y en todas
partes resplandecían la solidaridad,
la creatividad, la reflexión, el humor,
la denuncia y mil otras formas de una resistencia
sencilla y cotidiana. Incluso la poesía.
Una poesía tremenda, desgarrada, pero
que mediante la lógica de la palabra,
de la musicalidad, del ritmo y de la rima, rescataba
a su autor y a su auditorio clandestino, del
universo concentracionario, los devolvía
a la cordura, a la sensibilidad, a la dimensión
humana.
La creación literaria
en ghettos y campos conforma un capítulo
singular en la crónica de la creatividad
en ese universo de pesadilla. Todos escribían
allí, académicos y analfabetos,
maestros y dirigentes comunitarios, adultos
y niños, escritores profesionales y
gente que nunca había compuesto una
línea en su vida. En los estrechos cuartos
de los ghettos, en los sótanos, en los
bunkers, en los campos y en los bosques, escribían
a escondidas diarios y crónicas testimoniales,
pero sobre todo poesía. Más de
un millar de esos textos poéticos sobrevivieron,
dando fe de que decenas de miles deben de haber
sucumbido junto con sus autores.
¿Pero cómo podía
la gente en ghettos y campos bajo el nazismo,
no sólo componer poemas y recitarlos
frente a un auditorio improvisado, sino incluso
crear humor? Y la pregunta se vuelve sobre
sí misma. Era la última frontera
de su dignidad y cordura ¿cómo
podían no hacerlo? Me sirve
a menudo para explicarlo una frase esclarecedora: “Donde
termina la poesía, donde termina el
humor, comienza el campo de concentración” y
donde esa ley regía con más fuerza
era justamente en el campo de concentración
mismo.
Y para estos tiempos marcados
por el terrorismo una última anécdota
ejemplar. Hace muchos años entrevisté a
Jaika Grosman, heroína del ghetto de
Bialistok. Ella tenía a su cargo, durante
la guerra, el rol de correo clandestino entre
el ghetto de Bialistok y el de Varsovia. Y
me contaba que en su viaje de un ghetto al
otro pasaba siempre frente al barrio donde
vivían las mujeres y los hijos de los
oficiales nazis, de aquellos que torturaban
y mataban a los judíos y contra los
que estos desarrollaban una empecinada lucha
a muerte. Y me decía Jaika Grosman que
ni en los momentos más siniestros del
Holocausto, se les ocurrió a ella o
a su gente atentar contra las familias de aquellos
oficiales nazis. No se les ocurría que
tuviesen el derecho de vengar en esposas e
hijos lo que hacían sus maridos y padres.
Resumiendo: Evocamos la Shoá,
y sólo vemos una noche interminable
que envuelve y devora a la judería europea,
una noche sin fisuras. Pero esa judería,
envuelta en sombras, fue también una
insospechada fuente de luz, de lecciones de
dignidad, de respeto a la vida, de resistencia
hecha solidaridad y creatividad, de empecinada
desobediencia civil y no sometimiento a la
opresión.
De este singular capítulo de la Shoá podemos
aprender: Que es posible mantener libre el
espíritu y activa la creatividad, la
sensibilidad, incluso confinados en un campo
de concentración, tal como se puede
habitar al aire libre y tener el alma esclavizada
por la idolatría de un pensamiento único,
de una verdad absoluta, incluso de una que
exalte el asesinato del otro e idealice la
propia muerte.
El tema es educar hacia la responsabilidad
individual, desarrollando el espíritu
crítico y fortaleciendo la independencia
de criterio, para que cada uno sea capaz de
pensar y resolver por su propia cuenta, incluso
en circunstancias difíciles. Cuando
todos piensan lo mismo es que ninguno piensa.
Enseñar que lo más
importante es decidir qué hacer frente
a una orden recibida; que existe el deber de
la desobediencia a órdenes perversas
o criminales. Que la capacidad de resistencia
y la solidaridad constituyen valores a desarrollar.
Que la ética comienza cuando reconozco
una esfera de identidad con quien es diferente
a mí.
Enseñar a no sacralizar ninguna ideología
política, y fortalecer la democracia
y el pluralismo en las relaciones sociales; enseñar
que no todo lo legal es legítimo y provocar
la reflexión acerca de la responsabilidad
de cada uno, como individuo, como parte de
una organización y de una nación,
atento y dispuesto a reaccionar ante las menores
violaciones a los derechos y a las libertades
de las personas.
Finalmente señalar la
importancia de la memoria y de la preservación
de la transparencia de las palabras como puertas
a la responsabilidad y a la dignidad de las
personas.