El
péndulo incesante: lo judío en la poesía
de Eliahu Toker
Texto leído
por Santiago Kovadloff en el Tercer encuentro
de Escritores Judíos Latinoamericanos
(San Pablo, Brasil, Agosto de 1990)
Publicado en El imaginario
judío en la literatura de América
Latina (Editorial
Shalom, Buenos Aires, 1991
Hasta la
fecha son, esencialmente, cuatro los libros
que integran la producción
poética de Eliahu Toker, escritor argentino,
nacido en Buenos Aires en el año 1934.
Son esos cuatro libros: Piedra de par en
par (1972), Lejaim (1974), Homenaje
a Abraxas (1980) y Papá, mamá y
otras ciudades (1988).
Con la finalidad de precisar la forma que
en la obra de Toker toma la representación de lo judío y lo no judío realizaré un
recorrido sucinto por el conjunto de su producción. Demás está decir
que ese recorrido no constituye sino un mero señalamiento, efímero,
quizás, como los minutos de que hoy dispongo para efectuarlo.
Reconoce Toker por lo menos dos modos de ser
argentino por parte de un judío que
se asume como tal. Uno, ejemplificado por la
actitud de su compatriota, el dramaturgo Germán
Rozenmacher. Otro, encarnado por el propio
Toker. "Vos --escribe dirigiéndose
a Rozenmacher-- dentro de su gente (la del
país) desde dentro de vos mismo". "Yo
--acota presentando su personal alternativa--
apurándola (a Buenos Aires)
desde lejos con nostalgia anticipada" (1).
¿Por qué "desde lejos"? Toker no se ve
nunca como un porteño cabal; no es el habitante inequívoco de
los sitios que frecuenta ni se reconoce por entero en el espacio que ocupa.
De uno u otro modo, verificará que está siempre más allá del
sitio donde planta sus pies. Se sabe, en suma, desarraigado, forzado, como
hombre y escritor "a gritar (su) desarraigo judío".
Detengámonos aquí un momento. ¿Puede este
poeta ubicuo poner fin a su extrañamiento
mediante la aliá? Él
no vacila en reconocer "que en el país
de los judíos están
las raíces de mis manos" (2). Tampoco
vacila en afirmar que el pueblo argentino es
su "pueblo hermano" (3), es decir
que no es, en sentido estricto, su pueblo.
Y, sin embargo, no opta por la aliá.
Que su pueblo sea el judío no significa
que Israel pueda ser su patria. Su desarraigo
no puede pues encontrar redención en
ninguna latitud geográfica.
Donde se halla no se encuentra y donde se encuentra
no se halla.
La disyuntiva esencial de Toker, como se
advierte, no es entonces la representada por
los términos galut-aliá.
Israel no es el reverso de la Argentina ni ésta
es el reverso de Israel. La finalidad del otro
sitio, de aquél que se perfila
como escenario que no se ocupa, no es la de
poner fin a la tensión de la disyuntiva,
sino, paradójicamente, la de potenciarla.
En el acápite a la
pieza titulada "Nací en el extranjero" (4) se
leen estas palabras de Jaim Grimberg: "No
en todas las situaciones vitales estamos frente
a la disyuntiva de amor u odio; a veces se
trata de un amor que vence a otro amor".
Consecuentemente con esta convicción
que hace suya, Toker escribe: "Nací en
el extranjero / y vivo expatriado entre amigos.
/ Fui concebido en el vientre de una ciudad
querida, / quedé embebido
en el jugo de su idioma / y en la sombra viva
de sus calles, / y ya soy para siempre el que
Buenos Aires hizo. / Pero traigo de pie en
mí / la luz
de otro pueblo / con cuya historia levantada
y fuerte / estoy comprometido desde siempre,
/ con la lógica de una cultura que me habita
/ y a través de los hijos / que ya cargan
la impronta judía, /
ojalá sin su trágica,/ pero desde
ya que con su desarraigo. / Optar entero es
mi consciente acto de amor; / de un amor que
vence a otro amor".
El amor victorioso, en Toker, es el de la
indisoluble tensión
de los contrarios. "Optar entero",
para él, no es sino negarse
a renunciar a cualquiera de sus partes antagónicas
e igualmente configuradoras de su ser. Pero
para que este amor homologado al conflicto
sin mengua resulte triunfante, el escritor
debe abolir las referencias espaciales como
instancias determinantes de la identidad. Lo
decisivo no será el espacio, sino
el tiempo. Y el tiempo es, de modo eminente,
la palabra. En el lenguaje de la poesía
puede lograr Eliahu Toker la armónica
integración
de sus antítesis sin que la síntesis
consumada allí implique
la disolución de las tensiones desatadas
por sus partes enfrentadas y contrapuestas.
La poesía es, así, su Tierra
Prometida, logos redencional
cuyo poder de armonización es el de
la lengua castellana, que es "el
propio idioma, / si no el materno, el de las
entrañas" (5).
Se diría que dos son para Toker las funciones de la existencia
personal del poeta judío, una vez que éste
ha comprendido que su sitio proverbial es la
palabra. Por una parte, inscribir la realidad
en un campo simultáneamente celebratorio
y expresivo, es decir: convirtiendo a lo real
en valor. Por otra parte, cabe al poeta reconocerse
y enunciarse, con indeclinable tenacidad, como
misterio, como instancia inefable, incógnita
del ser, cuyo sentido escapa a todo afán
de determinación inequívoca.
Aquí retoma Toker el principio judaico
esencial según el cual
el mundo ha sido dado al hombre para que lo
organice según su comprensión
y, a la vez, para que esa comprensión
incluya la conciencia de que el hombre es,
para sí mismo, un imponderable. "Todo
se explica, salvo mi existencia; / pero nada
se explica, sin mi existencia" (6).
Bien se ve aquí que el concepto tokeriano de síntesis
no connota disolución del enfrentamiento entre contrarios sino subsistencia
de la esencial ambigüedad de la verdad, eterno movimiento pendular entre
luz y sombra en una totalidad que reconoce, equitativamente, sus antítesis.
Y ya que del significado de la poesía
hablamos, digamos que en este escritor, el
otro idioma del exilio que refuerza el contenido
por él
adjudicado s su condición judía
es el ídish, lengua de su madre: "El
ídish me rodea, me sostiene, / me despliega
con la forma del vuelo" (7).
De modo que sin el ídish él no podría
vivir pero no es el ídish el idioma que necesita
para cumplir con la imperiosa necesidad de
ser poeta. Lo indispensable es, para Toker,
siempre insuficiente.
¿Qué es, pues, la poesía
para este corazón
apasionado? "Una escalera
me vuelca noche abajo / a una semipenumbra
parecida a la poesía" (8). La verdad,
en lo que tiene de fundamental, no pertenece
a ningún extremo. Ni el día ni
la noche la albergan, ni la opacidad cerrada
ni la transparencia extrema. La verdad florece
en la semipenumbra, allí donde convergen
los polos, allí donde confluye
todo lo disímil, en el lenguaje conciliador
de todas las antinomias, en la poesía,
hecha de la misma sustancia que el tiempo.
En el texto que consagra a esa figura excepcional
de la literatura argentina que es Alejandra
Pizarnik, lo vemos ilustrar con elocuencia
sus más íntimas convicciones: "Eras
a un tiempo / Abraham e Isaac, Dios y el carnero;
/ el cuchillo y el ángel
que omitió evitar tu mano. / Eras a
un tiempo causa, defensor, / fiscal y juez,
verdugo y víctima; / eternidad y miedo" (9).
Así como la autenticidad se vincula
al reconocimiento de las contradicciones tan
irreductibles como indispensables del yo, ella
incluye igualmente la variable de la solidaridad
social, de la fraternidad colectiva, otro prerrequisito
de la condición judía. En la
pieza titulada "Agosto
de 1972" dice refiriéndose con
amarga ironía a los represores
militares: "Andan por la ciudad a paso
desconfiado / rumiando oscuramente qué pensarán
los edificios" (10). Sin embargo, y como
en parte ya vimos, cuando se trata de asumir
por entero una identidad nacional, Toker no
logra la identificación necesaria. Su
humanismo no tiene, en sentido estricto, dimensión
nacional. A raiz de las elecciones argentinas
del "25
de mayo de 1973", que restituyeron la
vida democrática a nuestro
vapuleado país, Toker verifica la alegría
del pueblo triunfante en las calles reconquistadas
por la libertad política y entonces
nos confiesa: "este temblor que conmueve
las raíces del pueblo / me
encuentra desarraigado, / tratando de entender
este confuso vuelco emocionante / donde todo
queda igual y todo cambia" (11).
¿De qué índole es este
sitio singular donde arraiga el alma de Toker,
a medio camino siempre, infinitamente pendular
en su idiosincracia? La vida que en él
respira se revela insuflada por un bicefalismo
riguroso que recuerda, de manera constante,
la doble pertenencia del hombre: a la eternidad
tanto como a la historia, a la clarividencia
de la cultura como al mandato del instinto,
a la vida tanto como a la muerte. Escribe entonces
Eliahu Toker: "soy la doble imagen del
espejo: / judaísmo
diestro: mano, sonrisa y sueño; / judaísmo
siniestro: ojo, cerebro y culpa. / Uno me ata
a la vida, el otro a la palabra yerta; / uno
me nutre, el otro me atormenta; / uno me enorgullece,
el otro me avergüenza; / uno
me rejuvenece, el otro me avejenta. / Soy simultáneamente
la gran ciudad y la pequeña aldea; /
el vuelo loco y la piedra; / la superstición,
la sutileza, / la aristocracia y la miseria" (12).
A esta doble pertenencia --auténtica doble lealtad sí se
la piensa dialécticamente-- Toker no quiere ni puede renunciar. Sabe
que cuánto valora sólo subsistirá si sobrevive todo lo
que en él no aprecia. El sabe, como Julio Cortázar, que "hay
que vivir combatiéndose". No somos nada de lo que parcialmente
nos constituye ni somos nada, tampoco, sin lo que parcialmente nos constituye.
La posibilidad de verse reflejado tanto en
el anverso como en el reverso de la identidad
que se adjudica, prolonga como un eco la vigencia
de otro principio central del judaísmo
bíblico: el que enseña
que ninguna imagen puede abarcar la identidad
del hombre ni la identidad de Dios. El proceso
de desdoblamiento o bifurcación de los
contenidos del yo y del mundo, más frecuente
en la poesía de Toker, escenifica
con elocuencia lírica la condición
eternamente provisoria de todo perfil y de
todo atributo de intención inequívoca
conferido a lo real. Y, a la vez, potencia
y dinamiza su identificación
con la cultura judía. La idea de que
la búsqueda resulta más
definitoria que el hallazgo, la pregunta más
reveladora que la respuesta, impiden que la
contradicción y la ambivalencia --rasgos
definitorios del ser judío de Toker--
asuman un valor paralizante y descalificador.
En el "Homenaje al porteño" (13) este
poderoso viento de la alteridad constante que
todo lo tiñe de familiaridad y
extrañeza simultánea, toma la
forma --infrecuente en Toker-- de una apropiación "teatral" --paródica--
del lenguaje popular de Buenos Aires. Ese "homenaje" que,
a la vez, está dedicado
a Piazzolla, resalta el carácter ajeno
que tiene para el poeta el lunfardo. No se
identifica con su personaje; lo observa, lo
imita con simpatía
sin confundirse con él. Todo ello implica
un agudo poder de observación
pero, a la vez, una distancia innegable. Y
lo cierto es que Toker no se siente porteño,
como tampoco, por supuesto, se siente jerosolimitano.
Referentes insustituibles de su vida y de su
tiempo, Buenos Aires y Jerusalén no
le ofrecen, ni como disyuntiva ni como alternativa
complementaria, la posibilidad de agotar, en
una dimensión ciudadana, las demandas
de su identidad. Y lo interesante es que cuando
más cerca de Israel se siente el poeta
es cuando logra visualizar la historia de ese
país y su realidad presente
como símbolos de circunstancias que
rebasan las fronteras puramente geográficas
y aún temporales. La historia de Israel,
teñida
de trágicas persecuciones e incesantes
sufrimientos desbarata, desde el punto de vista
poético, su clásico ordenamiento
lineal de los hechos y el poeta, impulsado
por su imaginación, los introduce en
una vertiginosa simultaneidad, confiriéndoles
incluso un valor reversible: el ayer se transforma
en el hoy; el presente en pasado y el mañana
parece prefigurarse en todo lo sucedido: "sin
territorio firme bajo su tierra, / con una
Biblia en su pasado y un futuro de profetas,
/ Israel sigue cercada en el recuerdo / por
hordas nazis que queman el gueto de Masada,
/ mientras las fortalezas de Vilna y de Varsovia
/ caen en manos de las legiones romanas" (14).
Todo tiene, pues, su máxima posibilidad
de realidad en la existencia necesaria de su
contraparte, convicción que refleja
el hondo influjo talmúdico que atraviesa
el sentimiento de este poeta que habrá de
recordarnos en su "Homenaje a la propia
sombra" que "cada
paso tiene su contradanza interna / y remo
con brazos fuera de quicio / huyendo de la
violencia hacia la violencia / y cayendo de
la locura en la locura / que tanto me seducen
cuanto las evito" (15).
La visión tokeriana del humor se halla igualmente inscripta
en la dialéctica judaica de lo eternamente
pendular. Es sabido que el humor nace allí donde
la literalidad de los significados habituales
cede para dar paso al inesperado sentido alternativo
que, con su presencia y su fuerza paródica,
relativiza el alcance del significado anterior. "Y
ni siquiera vendándome los ojos / dejo
de advertir lo ridículo
/ que alienta hasta en lo trágico. /
Imaginación y risa me tienen
las veces que lo quieren; / no me les niego
/ aunque sea yo quien las provoque / tendido,
camino al cementerio."
No hay, pues, un fondo o sustrato esencial
en el que el Yo consista. Ser es ser tensión
entre instancias contradictorias y, a la vez,
es ser cada una de esas instancias. La única
síntesis
que Toker pareciera admitir no es aquella en
la que las tensiones se disuelven sino aquella
en que la interdependencia y el entrecruzamiento
de las partes en conflicto se potencian. Y
esa síntesis es la poesía, lenguaje
metafórico
por excelencia, expresión unívoca
del bicefalismo riguroso del hombre; sintaxis
suprema del decir judío y del ser judío,
tal como Toker lo vivencia y entiende. La poesía
disuelve, en su pasión
elocutiva, el valor puramente contrapuesto
de todos los pares antagónicos
y bajo su influjo poderoso el poeta se enamora "violentamente (...)
de todas las mujeres, / incluso de los hombres" (16).
Es decir que lo que más allá del
poema pudiera parecer contradictorio e inviable,
dentro de él deja de serlo para brindar
de lo real una visión
signada por una nueva y más fecunda
complejidad: la de la convergencia de lo múltiple
y contrapuesto en la unidad del instante.
A esta altura de nuestra exposición resulta más
que evidente la sencillez expresiva conquistada
por Toker. Se trata, en efecto, de un poeta que ha privilegiado tanto en su
léxico como en su sintaxis,
en el ritmo de sus versos y en la atmósfera
tonal de sus composiciones, "el
sentido oral de la literatura". Quiero
decir con ello que si algo anhela primordialmente
es ser oído y
entendido como un hombre descernible en su
complejidad. La búsqueda de resoluciones
claras y sencillas en el planteamiento de sus
inquietudes constituye la contraparte del carácter
hondamente barroco de sus dilemas espirituales. ¿Y
por qué barroco?
Porque el repertorio temático que explora
se define, a mi entender, por la primacía
de la tensión y la distancia, el contraste
y el movimiento sin pausa, la visión
fragmentaria y rápida, la
inasibilidad de los conjuntos presuntamente
armónicos y liberados de
crispación. Por lo demás este
juego entre la forma despojada y el intrincado
contenido, proyecta al escenario de la expresión
poética
propiamente dicha, la dialéctica de
los contrarios en torno a la que hemos venido
desplegando nuestro análisis, impulsados
por la convicción
de que la sutil relación de los pares
antinómicos brinda acceso
a uno de los núcleos más significativos
de la condición
judía.
Veamos, justamente, a qué llama Toker "Condición
judía" (17): "Mi hijo es yo
de ninguna manera / tal como yo soy mi padre
y precisamente / su cara opuesta; / un mismo
médano diferente
/ modelado por tormentas". Decisiva es
aquí la convicción
de que la semejanza sólo puede alcanzarse
a través de las diferencias.
La personalidad constituye la expresión
más alta y más
honda de la diferenciación indispensable
y, por lo tanto, es un requisito y una meta
en la constitución espiritual del auténtico
judío.
Lejos de toda impostación y reñida
con toda apariencia de fortaleza interior,
la personalidad judía se pone de manifieseto
en la libre asunción
personal del legado tradicional puesto al servicio
de las exigencias del presente, en un marco
de eticidad irrenunciable.
Este paso decisivo por el cual el sujeto está llamado
a convertirse en persona tiene, en cada caso,
su propia e intransferible modalidad. Es decir que las personalidades se reconocen
emparentadas gracias a las diferencias que impiden confundirlas en un todo
siniestramente homogéneo. La sacralización
de este sentido de la diferencia y de la diferenciación
se pone de manifiesto en la idea bíblica
que propone concebir a Dios como ser invisible.
Si el hombre está hecho a su imagen
y semejanza ninguna imagen que de él
pretendamos reinvindicar nos permitirá reconocerlo
como hijo de Dios. De igual modo, el hijo del
hombre se pone de manifiesto como tal al sustraerse
a la fácil homologación a que
inducen las identificaciones parentales. Porque
no somos iguales, enseña el poema de
Toker, es que mi hijo y yo podemos llegar a
parecernos.
Puede, por eso, resultar sólo
superficialmente llamativo el hecho de que
este poeta, que al publicar "Papá,
mamá y
otras ciudades" en 1988, tiene ya 54 años
de edad, siga hablando de sus familiares con
la sensibilidad y frecuencia de un hombre muy
joven. Aclaremos desde ya lo que hemos venido
insinuando: la familia, en su caso, no constituye
materia de una evocación nostálgica
o melancólica.
El núcleo familiar primario es objeto
de una interrogación existencial
radical y constante acerca del ser propio.
Padre, madre, mujer e hijos, tías,
tíos y aún los amigos son las
múltiples máscaras
que velan y descubren un único rostro:
el de la identidad judía
como dilema sin fin. Todo semblante remite
a una evidencia y a un ocultamiento, a una
transparencia y a una opacidad. Verlo, contemplarlo,
es acceder a una doble realidad. Pero el rostro
de la madre, máscara central y desnudez
extrema, es el rostro primordialmente buscado
e interrogado, encontrado y perdido porque
en sus rasgos alienta una verdad siempre sugerida
y jamás revelada.
De ese rostro decisivo Toker efectúa
una doble caracterización,
fiel al principio vertebrador de su poesía. Por
una parte en él
convergen todos los rostros de mujer: "De
pronto descubro, / en viejas fotos de mi madre
/ rasgos de mujeres que quise, / que quiero;
/ y descubro de cuántos modos / y tras
cuántos rostros / volví a enamorarme
de ella" (18). Por otra parte y complementariamente,
ese rostro central se dispersa en múltiples
rostros laterales: "Con cada una de sus
hermanas / muere un rostro de mi madre" (19).
Unidad y dispersión, divergencia
y convergencia; múltiples alegorías
convocadas por el poeta para dar vida verbal
a la cuestión judía por excelencia:
la de la instancia única que, a la vez,
está presente en todo confiriendo
carácter de totalidad armónica
e integrada a lo que sin ella se pierde en
la diáspora irremediable de la multiplicidad.
Así como
cada rostro remite al rostro simultáneamente
diáfano y difuso de la madre, de igual
modo cada calle o cada ciudad real remiten
a la calle o a la ciudad ausente; a ese otro
sitio más
eventual que real que si bien nunca alcanza
a definirse, basta en cambio para convertir
el lugar que se ocupa en un espacio donde jamás
se está por
entero: "En realidad, sin haber estado
allí nunca, / aún
no dejé el Hotel de Inmigrantes /
ni llegué a Buenos
Aires todavía (...) vivir en
Buenos Aires / debe de ser algo distinto de
esto que hago. / Esta ciudad donde nací /
en la que me siento ajeno, / y a cuyas puertas
golpeo / hasta gastarme los nudillos / como
un mono viejo", nos confiesa Toker en
el texto que consagra a "Buenos Aires" (20).
La Tierra Prometida vuelve a insinuarse en
estos versos como horizonte inaccesible y meta
inalienable del hombre. Lo posible es ir, estar
en camino. Llegar, en cambio, es imposible.
Y es imposible siempre que la llegada tenga
el sentido de una abolición de la fisura
que escinde al deseo de su objeto. Nada nos
pertenece por entero. La plena posesión
es un espejismo en el que el hombre se enajena
de las enseñanzas
más fecundas
de su experiencia. La condición medularmente
diaspórica de la
existencia --condenada a errar sin pausa en
pos de una plenitud que se le escabulle-- es,
en la obra de Toker, un referente central.
La condición transitiva
es, así, definitiva y también
definitiva como distancia vertebradora de la
identidad judía. En todos los órdenes
ella se pone de manifiesto con igual intensidad.
En "Veinte años de claridad",
poema dedicado por Toker a su mujer, él
se pregunta: "¿Cómo
seguir conquistando / lo conquistado? / ¿Cómo
atrapar lo que ya tengo / sin ser mío?" (21).
El judío que es Toker no puede,
en ningún terreno, consumar el ideal
subjetivo de la posesión.
Y ello es así porque nada, en la realidad,
se le ofrece como objeto si por tal se entiende
una entidad inequívoca. El amor que
hace posible la entrega es también el
que sustrae al ser amado a toda dimensión
previsible, la única que permite darlo
por conocido.
Por todo ello, la identidad judía no
puede sino ser reconocida como un repertorio
de atributos en polémica
interrelación: "Somos
hijos de los profetas / pero también
hijos de aquellos / a quienes los profetas
maldecían", escribe Toker en el
poema titulado "Los
dueños de las dudas" (22).
Herencia decisiva del mensaje bíblico es, en la poesía
de Toker, el carácter provisional del
pacto. Todo, en ella, se estructura en correspondencia
profunda tanto con lo inteligible como con
lo ininteligible. Y si la voz de Dios es aquélla
que, por sobre todas, puede llegar a oirse,
es también la que, antes que cualquier
otra, puede dejar de escucharse.
Pareciera ser, pues, ineludible la conclusión de que tanto
el mundo no judío como el judío
tienen para Toker el carácter
de realidades con las que no puede terminar
de identificarse si por ello se entiende descartar
el conflicto y la incertidumbre en la relación
con sus contenidos. Pero, a la vez, esta distancia
insalvable entre hombre y mundo que confiere
a lo real un sesgo de inasibilidad es, para
Toker, una evidencia arduamente conquistada
por la conciencia y la sensibilidad judías.
Saberlo es en él una emoción
que toma la forma primordial de la poesía.
De la más honda poesía judía
escrita en Latinoamérica
y en lengua castellana.
________
1 Piedra de par en par, Trenti
Rocamora editor, Bs. As., pg. 89
2 Id, pg. 90
3 Id, pg. 90
4 Id,
pg. 109
5 Id, pg. 113
6 Lejaim, Ediciones de la Flor,
Bs. As., pg. 101
7 Id, pg. 58
8 Id, pg. 71
9 Id, pg. 74
10 Id, pg. 79
11 Id, pg. 83
12 Homenaje a Abraxas, Ed. Nueva
Presencia, Bs. As., pg. 7
13 Id, pg. 25
14 Id, pg. 33
15 Id, pg. 56
16 Id. pg. 59
17 Id, pg. 83
18 Papá, mamá y otras
ciudades, Ed. Contexto, Bs. As., pg.
15
19 Id, pg. 19
20 Id, pg. 33
21 Id, pg. 38
22 Id, pg. 57.